lunes, 19 de mayo de 2008

Un pequeño cuento...

Eran las 2:52 de la mañana y, después de llevar horas dando vueltas en la cama, llegó a la conclusión de que el insomnio podía más que ella, así que decidió levantarse y hacer lo que mejor se le daba: escribir.

Se sentó en su butaca, encendió la lamparilla de la mesa, cogió un bolígrafo, y se quedó fijamente mirando el papel en blanco que tenía delante de ella. Estuvo un buen rato observando ese folio, esperando que su inspiración se apoderase de ella… pero no ocurrió nada.

Estaba cansada, pero no tenía sueño. Tenía mil cosas en la cabeza, pero ninguna suficientemente buena como para plasmarla en ese papel. El viaje que debía emprender a la mañana siguiente la tenía ilusionada y preocupada a la vez. Iba a reencontrarse con sus miedos, sus fantasmas, con la vida que había dejado atrás. Pero también iba a empezar un nuevo camino, repleto de ilusiones y esperanzas, de nuevos sueños que esperaba poder alcanzar.

Encendió un cigarrillo, aspiró profundamente el humo del tabaco, y luego lo expulsó. Giró la cabeza y observó a la persona que esa noche dormía con ella. No quería despertarla. Se había acostumbrado a la comodidad del espacio de una enorme cama sólo para ella, pero de vez en cuando sentía la necesidad de que alguien la abrazara por la noche, de sentir un cuerpo ajeno cerca del suyo. Volvió a girar la cabeza y volvió a mirar el papel. Seguía en blanco. Seguía sin tener sueño y sin tener nada interesante que escribir, pero era tan cabezota que no volvería a la cama hasta que su inspiración se hubiese apoderado de ella y la invadiera, aunque eso significase no dormir. Sentía que tenía todo el tiempo del mundo, aunque en realidad sólo tenía tres horas. A las seis debía preparase si no quería perder el vuelo.

Siguió mirando la hoja en blanco durante media hora, hasta que, poco a poco, las palabras fueron surgiendo, y su mano, lentamente, empezó a moverse. Quiso hablar del amor, la pasión, la ilusión… pero su mente sólo le dejaba escribir de dolor. Luego quiso imaginar un viaje, nuevas aventuras… pero su corazón estaba demasiado anclado a su anterior vida, y era incapaz de imaginar nuevos mundos.

Su paciencia se estaba agotando, y se encendió otro cigarrillo. Inhalaba el humo lentamente, y lo observaba mientras lo volvía a expulsar, intentando encontrar alguna forma que le recordase a algo para poder escribir.

Estaba pasando una de sus peores rachas como escritora. Todos lo sabían, y ella también. Continuamente le preguntaban por sus obras, por sus ideas… Estaban impacientes por leer algo nuevo, y eso aun le bloqueaba más. Tanta inquietud le ponía nerviosa, quería escribir algo que cumpliera con las expectativas de sus impacientes lectores, pero nada de lo que hacía le parecía estar a la altura.

Hizo una bola con el primer papel, lo tiró a la basura, y cogió un nuevo folio en blanco que volvió a dejar frente a ella, observándolo fijamente. Empezó a pensar que quizá aquella noche su inspiración no llegaría. Dejó el bolígrafo encima del papel, apagó el cigarrillo y la lamparilla, y volvió a su cama, donde aquel cuerpo, extraño pero conocido, la esperaba.
Quizá otra noche pudiera escribir.

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